LA SOLEDAD DE LAS ESTRELLAS FUGACES
Por Guadalupe Farina.
Cuando
promediando la década del ’40 los filósofos Theodor Adorno y Max
Horkheimer escribieron el artículo “La industria cultural.
Iluminismo como mistificación de masas”, que constituye la segunda
parte de su Dialéctica de la Ilustración, la industria cultural y
el star system estadounidense y también local recién empezaban a
tomar forma. Entonces, la dupla de teóricos fundadores de la Escuela
de Frankfurt explicitó que el objetivo último de esa industria era
generar dependencia y servidumbre en los seres humanos, haciendo que
encontraran confortable el sistema capitalista en que vivían,
presentándoles una felicidad engañosa que impedía la formación de
individuos autónomos, capaces de decidir conscientemente.
Así,
a mediados del siglo XX, el cine en su época de oro era una gran
caja de fantasías a la que los proletarios del mundo recurrían para
olvidar por al menos dos horas la miserabilidad de la realidad que
los rodeaba. De eso da cuenta La soledad de las estrellas fugaces,
con una sutil y liviana (en el buen sentido de la palabra)
dramaturgia de Carlos Diviesti.
Delia
(Catalina Krasnob) y Zully (Vera Czemerinski) son dos hermanas que
están solas en la Buenos Aires de los años ’40. Zully, la menor y
más pizpireta, trabaja de empleada en una tienda. Delia, en cambio,
vive recluida por sus recurrentes ataques de asma. El único placer
que encuentran en sus vidas es mirar una y otra vez las películas en
donde el galán enamora locamente a la damita joven y con su amor la
salva de la monótona vida que esperaba a las mujeres de la época.
Las hermanas conocen pasajes de las películas de memoria y sueñan
con que a ellas también un galán las saque del laberinto en que
están encerradas. Y, como no, también quieren ser actrices. Zully
quiere ser como Zully Moreno y Delia recuerda haber pasado con éxito
por la escuela de declamación en su juventud.
La
menor y más lanzada es la que se va a animar a ir a una prueba en
los estudios San Miguel, donde conocerá a Rodolfo Valentino (Facundo
Abraham). No el galán hollywoodense sino uno de acá, vernáculo y
bastante chanta. Él será quien desencadene una rivalidad ya
palpable entre las dos mujeres y conduzca la pieza hacia un desenlace
con todos los condimentos de un thriller.
Dos
elementos hacen de la obra una experiencia exquisita: las actuaciones
y la puesta en escena. Los tres actores no se amparan solamente en el
acertado vestuario y maquillaje de época para construir a los
personajes de la década del ’40. Se paran, caminan, hablan, cantan
y tienen todos los mohines de las estrellas de entonces, en lo que
constituye un excelente trabajo de observación actoral.
En
lo que a la puesta se refiere, el director Emiliano López elige
achicar el escenario a un espacio reducido en el que sólo hay dos
butacas que van mutando: de ser asientos de cine pasan a ser sofás
de una casa o sillas de un estudio de filmación, según donde tenga
lugar la situación. Es inteligente y atinado el recurso de la
proyección de las cintas en la cara de las actrices cuando están en
el cine.
Otro
recurso a destacar es el trabajo con dos temporalidades distintas:
una en la que transcurre la acción y otra en la que se encuentra el
relator, interpretado también por Abraham, que adelanta lo que irá
sucediendo y ofrece el punto de vista del autor a partir de ciertos
comentarios irónicos sobre las pobres existencias de Delia y Zully.
Cerca del final ambos tiempos confluyen. Es esta intervención la que
genera una atmósfera de ensueño en la puesta, quizá la misma que
vivían las dos devotas del cinematógrafo cuando acababan mezclando
realidad y ficción.
Con
una historia concisa, una idea clara, una puesta en escena simple y
efectiva, intertextualidad con textos cinematográficos, mucho humor,
drama y tres actuaciones brillantes, La soledad de las estrellas
fugaces es una obra que vale la pena ver para revivir los años en
los que las películas se consumían vorazmente en el cine y no en el
living de la casa. Una crítica descarnada a quienes evaden la
soledad viviendo la vida prestada de un guión, pero también un
homenaje a aquellas estrellas de la época dorada del cine nacional
que hoy ya son parte de nuestra cultura popular.
Ficha técnico artística:
Dramaturgia: Carlos Diviesti
Actúan: Vera Czemerinski, Catalina
Krasnob, Facundo Abraham
Vestuario: Merlina Molina Castaño
Diseño de luces: Lucas Orchessi
Arte: Merlina Molina Castaño
Asistencia artística: Rodrigo González
Alvarado
Asistente de producción: Sofía
Camerano
Asistencia de dirección: Pablo Jesús
Gatto
Producción ejecutiva: Vera
Czemerinski, Catalina Krasnob, Emiliano Lopez
Dirección: Emiliano López
TEATRO PAYRÓ
San Martin 766 Capital Federal -
Buenos Aires - Argentina
Teléfonos: 4312-5922
Web: http://www.teatropayro.com.ar/
Entrada: $ 280,00
Sábado - 20:00 hs
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